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«Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.»
1 Jn 4:7
Uno de los atributos de Dios es el amor. Él no tiene amor ni da amor, Él es amor; es su esencia. Nosotros somos hechos a su imagen y semejanza, vinimos a este mundo con ese gran atributo. Él mismo nos ha demostrado su significado, ha sido nuestro mayor ejemplo. El amor envuelve entrega, no se mide, no se calcula, no se analiza. Simplemente es. Dios nos entregó a su único hijo para que tuviéramos vida. Ese misterio muchas veces no lo entendemos porque minimizamos la esencia del amor. Sin ese acto de amor nuestra vida no tiene sentido. Entendemos en parte el significado del amor cuando conocemos realmente a Dios.
Debemos aprender a amar con la misma entrega que lo hizo el Señor. Simplemente se dio. Entregó su vida por amor. Ese fue su acto y nuestra respuesta es el agradecimiento. A veces vemos acciones en los demás que no las entendemos, pero la única explicación que tiene se llama amor. La madre prefiere morir en el parto y darle vida a su recién nacido. El padre pone a salvo a sus hijos aunque su vida esté en peligro. Un hijo dona sus órganos para salvar la vida de su madre o padre. Un hermano deja lo que tiene por el bienestar de su otro hermano. Sin cuestionar, sin evaluar, sin consultar, sólo el amor los mueve a actuar y Dios desde el cielo lo ve.
El amor no encuentra su placer en ser amado sino en amar hasta que duela. Cuando internalizamos esto nos damos cuenta que llega el momento que paulatinamente ese dolor va cambiando a placer y lo único que te mueve en la vida es el amor. Sigues entregándote una y otra vez. Si amas hasta que te duela es porque has nacido de nuevo y conoces a Aquel que nos enseñó la nueva dimensión del amor. Transmítele a otros, especialmente a los más chicos, que el amor no es un intercambio, es entrega.
