Perú (Parte III)
Llegué a Aguas Calientes, el pueblo que está en el valle del Machu Pichu, a eso de las 10 de la noche. Ahí me esperaba mi transfer para el Hotel. Es un Pueblo muy peculiar, siempre en la sombra de las montañas, con el río que corre al lado y que hace eco permanente. No esperaba que fuera tan desarrollado y comercial. Pensaba encontrar algo más puro, en línea con la naturaleza alrededor, pero era todo lo contrario así que no me gustó mucho. En la mañana siguiente me desperté muy temprano y cogí el primer Bus para el Machu Pichu. Llegó ahí a las 6:30 de la mañana. Durante el camino uno se da cuenta de su verdadera dimensión cuando compara la grandeza de la naturaleza. Son paisajes indescriptibles, no me parecía posible que existiera algo así…
Mi tour guiado estaba previsto para las 11 de la mañana así que tenía unas buenas horas para descubrir el local por mí mismo. Les recomiendo llegar temprano, no hay casi turistas, se escuchan los animales y hay algo que te invita verdaderamente a la reflexión. Las ruinas están tan bien integradas en la naturaleza que es como si hubieran nacido ahí como las montañas. ¿Qué técnicas habrán usado los Incas para traer piedras de tal dimensión para un lugar tan cerca del cielo? ¿Qué fuerza o fe los motivó a tal? Seguramente algo de fuerza avasalladora.
Recorrí las ruinas en dirección a la montaña que está en frente – Wayna Pichu. Es la montaña más conocida y que sale en todas las postales. Para mí esa siempre fue la montaña del Machu Pichu pero estaba engañado. Machu Pichu queda atrás de las ruinas, una montaña muy imponente también. Empiezo el trekking por Wayna Pichu que duró como 2h en la subida y 2h en la bajada. Es una experiencia inolvidable. Y agotadora. La falta de oxígeno, las escaleras de piedra empinadas, los precipicios de millares de metros y las vistas lindísimas son permanentes. A cada 200 metros me paro para descansar y lo mismo hacen casi todos los turistas que, conmigo, descubren la montaña. Algunos, súper bien preparados, hacen el camino como si nada y eso me daba alguna vergüenza pero no había comido nada y, como es habitual en mí, no di importancia suficiente a la “odisea” que me propuse. Y debería.
De vez en cuando algunos turistas se paraban en los diferentes miradores para sacar fotos o para, lo que me pareció, hacer cualquier tipo de terapia mental. Muchos ponían música zen y ahí se quedaban casi en trance; una cosa parecida me haya pasado en México en la pirámide de Chichen Itzá. Yo también quise seguir el ejemplo: saqué mi celular y busqué en las centenas de músicas que tenía en mi biblioteca. Desafortunadamente casi todas estaban únicamente disponibles en la “cloud” y necesitaba internet para escucharlas. Una de las pocas que no estaba era “R U Mine” de los Artic Monkeys y esa puse. Procure ser discreto porque el Rock inglés no parecía agradar a mis amigos de trekking. Llegué arriba y casi podía tocar las nubes. Quisiera que aquel momento se congelara en el tiempo, pensé. ¿Qué fuerza era aquella que sentía arriba? Inexplicablemente intenso.
Como pocos lugares en el mundo, el Machu Pichu se congeló para siempre en mi memoria.
Abrazo,
Vagamundo Portugués