Sao Tomé y Príncipe (Parte II)
Llegar al aeropuerto de Sao Tomé es una experiencia por sí sola. Pones los pies en el suelo y decenas de niños te saltan encima pidiendo “dulce, dulce” o “lápiz, cuadernos, ropa…”. Pero lo hacen de forma tan dulce y pura que te apetece darles todo. Nadie consigue decir que no. De tal forma que el gobierno estudia la creación de una ley que prohíba a los turistas darles dulces a los niños porque el nivel de caries está aumentando mucho en el país y el hospital, único y precario, no está preparado para contestar a la demanda de tratamientos. En el hospital también falta yeso para los traumatismos. Con la llegada de motocicletas baratas de Nigeria y Gabón, muchos adolescentes tienen accidentes. Las carreteras están muy degradadas lo que facilita todavía más las caídas. Es habitual oír las madres decir a sus hijos “va en el leve-leve” que significa algo como “va pero con atención”. La expresión ganó entretanto otro significado y hoy en día se aplica también al modo de vivir despreocupado, hospitalario y alegre del Sao Tómense.
Sao Tomé es el país del Leve-Leve. Y le queda muy bien.
Mi instinto transgresor se reveló y cada vez que veía un grupo de niños les daba los kilos de dulces que había traído de Lisboa. Dulces, muñecos, ropa, de todo. La relación con la ropa es particular en ellos. Como tienen poca (o ninguna) le dan un valor mucho mayor, la guardan junto al pecho como si fuera un diamante. Los muñecos no, los destruyen en 15 minutos. En esto los niños son iguales no importa la latitud donde te encuentres…
Cierto día salimos del hotel en dirección al Ilhéu de las Rolas, una isla pequeñita en el sur de la gran Isla de Sao Tomé. En el medio del camino un niño vendía frambuesas y flores. Le compramos algunas y le pagamos un precio superior al acordado. Tímido, explicó que era demasiado lo que le estaba dando pero, mirándolo en los ojos, le dije que era porque me parecían muy buenas las frambuesas y que valían más. No podré nunca olvidar su mirada perpleja, una mezcla de agradecimiento pero sobretodo de pureza. Entré en el jeep con las frambuesas envueltas en hoja de bananera. Él desapareció en la vegetación densa. “Valió la pena esta parada”, pensé.
En el Ilhéu, se cruzan dos familias: la familia de locales y la “familia” hotelera. La segunda intentando expulsar la primera para construir más, para no ser incomodada. Para tener el paraiso sólo para ella. Almorcé varias veces con algunos habitantes de la aldea que me preparaban un pescado asado con banana-pan (es un tipo de banana) divino. Ellos me contaron sus preocupaciones con respecto a su futuro en la pequeña isla. Soy de aquellos que acreditan que el turismo puede ser la solución para muchos problemas y Sao Tomé puede encontrar en él la llave para su desarrollo. Pero, por otro lado, ¿a qué precio?
Yo me quedé en el Hotel de Luxo y, justo del otro lado, estaban los niños que miraban la piscina llenos de envidia. Les dije que las aguas puras del mar eran mil veces mejores que las de la piscina, llenas de cloro. No la utilicé una sola vez y no me arrepiento. El verdadero paraíso está a su alrededor pero no se dan cuenta. Quieren lo que no tienen. ¿Quién se puede dar al lujo de tener una playa desierta, paradisíaca, de aguas calientes a unos metros de su casa? Pero cada uno tiene su propia idea de paraiso y quién soy yo para imponerles la mía.
Por la noche asistimos a un espectáculo de danza protagonizado por jóvenes del Ilhéu. Una danza tradicional anteriormente practicada por los esclavos en las fincas de café o cacao. Me quedé impresionadísimo con lo sensual (o casi sexual) que era. Varias veces miré a una colega de viaje con los ojos bien abiertos de tan sorprendido. Y no me considero púdico para nada…
Unos días más en la capital y termina la aventura. Concluyo que hay muchos paraísos. Cada uno con el suyo OK pero este, Sao Tomé, créanme, es real.
Real en las pequeñas cosas…
Abrazo,
Vagamundo Portugués