«Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y este era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?»
Lucas 17:15-17
En su camino a Jerusalén, pasó Jesús entre las regiones de Samaria y Galilea y salieron a su encuentro diez leprosos quienes gritándole, le solicitaron misericordia. Le gritaron porque según la ley, a los leprosos no se les permitía acercarse a las personas sanas. Así que ellos reconocen al Maestro y piden compasión. En ese tiempo la enfermedad de la lepra era considerada repugnante y destructiva porque llevaba consigo el desprecio, el prejuicio y la marginación de todos por ser leprosos.
Jesús los conocía muy bien, sabía su necesidad. Ese grito no era otra cosa que un reclamo de un cambio completo y total de vida. Si su enfermedad era curada también ganaban su integración a la sociedad, a la vida en familia y a su entorno cultural. Ante una súplica de misericordia, la respuesta no se hace esperar: “Vayan a mostrarse a los sacerdotes”. Él era la única persona que podía decir si estaban curados o no. Así que todos ellos, los 10, se dirigen hacia el sacerdote. Al dar esos pasos de fe en obediencia, son curados. Pero sólo uno de ellos, siendo de Samaria, reconoce lo que Jesús había hecho por ellos y sólo él regresó a dar gracias. A veces “los de la casa” nos sentimos tan merecedores de lo que otro hace por nosotros que se nos olvida la palabra “gracias”. Lo más seguro una vez certificada su curación, su próximo paso sería ir al barrio, a su familia, a sus amigos, hacer planes, pero dentro de sus prioridades no estaba volver al responsable que hizo que ellos pudieran planificar, y tener una vida nueva. Jesús no necesitaba su gratitud, quien más lo necesitaba eran los que fueron beneficiados. Cuando hay gratitud se gana mucho más que un “simple favor”. A este extranjero le regalaron la salvación; una vida sensible ante la necesidad de los demás, un corazón generoso y todo el cambio que Cristo hace cuando lo reconocemos en nuestras vidas.
Sólo uno de ellos hizo la diferencia y regresó. Cuando se es agradecido se abren puertas de bendición entre las personas envueltas, hay una nueva visión, hay un cambio. En este caso, el ex leproso se ganó la salvación. Llevó, de ese día en adelante, un cuerpo sano y un alma salva. Los demás se fueron sólo con un cuerpo sano que no dura hasta la eternidad. Debemos tener entre nuestros mayores activos la virtud de la gratitud. Lo que debe ser la norma hoy día es la excepción, lo diferente, lo que llama la atención. Seamos portadores de buenos modales para quienes nos rodean y seamos agradecidos, siempre. Sé diferente, regresa y di: ¡Gracias!