«Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz.»
Colosenses 2:13-14
No hay mayor satisfacción para el ser humano que adorar a Dios; para eso fuimos creados. Nuestra adoración y nuestra obediencia, complacen a Dios. Esa era la relación existente entre el Creador y su criatura. Paulatinamente el hombre creyó que podía hacer las cosas como bien le pareciera y se fue distanciando de lo que era la idea original. Quebrantar la ley, ofender a Dios y pensar que no tenía por qué tener tanta intimidad con Dios era la orden del día. Los pecados fueron creando un abismo entre Dios y el hombre. La lista cada día se hacía más larga y ni la sangre del macho cabrío podía cubrir tanta maldad en la tierra. Los actos de adoración se convirtieron en pura rutina.
Pero Dios, como siempre, dio el primer paso. Su iniciativa para hacer volver al hombre hacia Él no tiene medida. Decidió perdonarnos entregando a su único Hijo para que derramara su sangre en la Cruz del Calvario. Si no había sangre no había remisión de pecados; sólo esa sangre los cubrió. Fue sobre la cruz que se clavó la lista de transgresiones por las que teníamos que morir. Sin embargo, solo Jesús cargó con todo el peso de la humanidad para hacernos libres de nuestros delitos y pecados, ya que espiritualmente estábamos muertos.
Junto con el perdón nos regaló la libertad de espíritu que es inigualable. La adquirimos gratis, por pura gracia, porque Jesús la pagó con su vida. La sangre que derramó nos perdonó y nos hizo libres. Las cadenas de rencor, odio, prejuicios, deseos de venganza, infelicidad, miedo, insatisfacción, entre otras, no nos permitían ser felices y allegarnos a Cristo. Una vez aceptamos su sacrificio lo único que nos preocupa es agradarle a Él y cumplir el propósito para el cual llegamos a esta hora. Ya Él nos perdonó, ya nos salvó, ¿te sientes libre? Vuelve tu mirada a Cristo pues Él tiene la respuesta para tu vida.