«…todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres…»
Números 14: 22«Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión.»
Números 14:24
Muchas veces cuando estamos frente a una situación difícil lo primero que viene a nuestros labios es una queja. Se nos olvidan todas las bendiciones que el Señor ha derramado sobre nosotros una y otra vez. El pueblo de Israel fue testigo de muchos milagros que el Señor hizo: abrir el Mar Rojo para que el pueblo pasara, hacer provisión de agua, de maná, de codornices, le cubrió con una nube para que el sol no les castigara y les acompañaba con una columna de fuego en la noche fría del desierto; todo esto fue parte de lo que Dios hizo con ellos. Todas esas experiencias vividas demostraban una íntima relación de Dios con su pueblo, pero nada de eso era suficiente, sus quejas eran una detrás de otra. Dios se las tenía contaditas – diez veces lo habían tentado. ¿Es ese tu caso? ¿En lugar de abrir tu boca para bendecir el nombre del Señor por lo bueno que Él ha sido contigo lo único que haces es quejarte y quejarte? ¿Podrías imaginarte si Dios hiciera uso de su poder y dejara de bendecirte? Con tu queja lo único que demuestras es tu inconformidad con lo que te está sucediendo, que tu idea de cómo deberían ser las cosas es mejor que la que Dios te ofrece.
Dentro de todas esas quejas y sinsabores, Dios tenía sus ojos puestos en Caleb, uno de los espías que fue a ver la tierra que Dios les había prometido. Todos los demás que fueron a evaluar la tierra que Dios les tenía, regresaron con un informe negativo excepto él y Josué. Todos decían que no se podía, que en esa tierra habitaban gigantes. Sin embargo, Caleb insistía una y otra vez que en el nombre del Señor, a quien servían, lo iban a lograr. Su valentía no estaba descansando en sus fuerzas, sino en Aquel que lo envió. No hay otro nombre, no hay otra manera; por fuerzas humanas las cosas se hacen más difíciles. Hay que reclamar en el nombre que es sobre todo nombre, en el nombre del que todo lo puede, del que hace posible lo imposible. No solo hay que creer en Dios sino también creerle. Cuando esto sucede todo cambia y todo se puede. Dios ha de dirigir cada uno de nuestros pasos y aun cuando cayéramos no quedaremos caídos porque Él nos tiene de la mano.
Caleb tenía otro espíritu, no el de queja, no el de miedo, no el de fracaso, sino, el de ver detrás de toda situación la gloria de Dios. Dios había prometido esa tierra para los israelitas, así que confiando en el que promete y cumple, esa tierra se iba a conquistar. Dios te ha de cuidar y cada una de las promesas las cumplirá. La duda no cabe en esta relación de Dios y tú. Mantén el espíritu de Caleb, de ánimo, de que sí se puede porque el que está con nosotros es mayor que el que está en contra.