“Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive.” Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo y se fue.”
Juan 4:46
El Evangelio de Juan narra muchos milagros que Jesús hizo mientras ejercía su ministerio en la tierra. Cada lugar que pisaba era bendecido porque su sola presencia irradiaba algo diferente y era más que evidente. En uno de esos compromisos Jesús decide regresar a Caná de Galilea donde anteriormente había convertido el agua en vino en unas bodas. Fue uno de los primeros milagros que Jesús hizo y se dio a conocer. Su regreso significó mucho para un alto funcionario del gobierno que tenía a un hijo enfermo.
Nosotros no vamos y venimos por pura casualidad. Para los que amamos al Señor los accidentes y las casualidades tienen otro significado. Es Dios quien dirige cada uno de nuestros pasos y sincroniza cada minuto, para que nuestro milagro se realice.
En ese tiempo los altos funcionarios no se llevaban bien con los rabinos. Pero su necesidad pudo más, no era una mera coincidencia que quien le podía ayudar estaba allí. Había una lección que aprender en esta experiencia. El funcionario se acerca a Jesús y le pide que vaya a ver a su hijo porque se estaba muriendo. Ante ésta solicitud Jesús sólo le dice: “Ve, tu hijo vive”. Dice la palabra que el hombre creyó; se fue y justo cuando iba de camino sus criados le salieron al encuentro para darle la noticia de que su hijo vivía. Su asombro fue mayor cuando reconoce que justo cuando el Señor dio la palabra fue que su hijo comenzó a sentirse mejor.
Para ver los milagros hay que creer y hay que obedecer ciegamente. Jesús le dijo al funcionario, a millas de distancia, que fuera que su hijo vivía y el hombre fue. Es la obediencia la que nos lleva de gloria en gloria, de milagro en milagro. A veces pensamos que Dios se limita a nuestros espacios, pero no, Dios trasciende mucho más allá de lo que nuestra mente pueda pensar. Sólo necesitamos hacer el pedido que Dios dará la palabra.
Café con Dios, gracias por compartir La Palabra, ha sido edificante para mi vida, DTB Alba