La palabra es eficaz, puede construir o destruir; puede elevarte al más alto de los montes o hundirte en el más profundo de los abismos. A veces hablamos sin estar conscientes de lo que decimos, sin prestar verdadera atención a nuestras palabras.
No es cierto que las palabras se las lleva el viento. Cuántas personas hemos conocido que se han desarrollado y triunfado porque en el momento oportuno escucharon: “Me encanta tu manera de escribir”, “Estoy segura que lograrás pasar ese examen” o “Serás un excelente médico”. Frases sencillas que han impactado positivamente la vida de quienes las han recibido. Así mismo ¡cuántos traumas y complejos están asociados a las palabras! Frases hirientes que quedaron enterradas en el corazón de quienes las escucharon.
La palabra tiene poder
En muchas ocasiones ignoramos el verdadero poder de las palabras. Cuántas veces nos gustaría regresar el tiempo y recoger lo que dijimos sin pensar. Procura que tu palabra no tenga revés; que sea genuina y sincera. Si no tienes algo agradable que decir del otro, prefiere guardar silencio. Pero ¡ojo! utiliza esta regla también contigo. ¿Por qué si te reservas los comentarios mordaces de otros tú te atacas sin piedad reclamándote el más mínimo error? Continuamente te criticas y no estás complacido con lo que haces. Te repruebas tu manera de vestir, de hablar y de comportarte.
Discúlpate… contigo
El asunto es que nos arrepentimos de lo que le hemos dicho a otros, pero ¿te disculpas contigo por las cosas tan fuertes que te dices? Las palabras negativas tienen resultados similares a la peor de las epidemias, pero si vienen de ti, entonces el efecto puede ser devastador. Desánimo, frustración y baja autoestima son algunos de los síntomas.
Estás contigo 24/7, tienes acceso a tus más íntimos pensamientos y conoces tus puntos débiles. No utilices esa información en tu contra; al contrario úsala a tu favor. “Otra vez” o “como siempre” aplicados a cuando te equivocas o cometes algún error no dejan espacio a mejorar. Son frases que traen un veredicto que te condena a perpetuar los errores. ¡No! Destierra las frases acusadoras de tu vocabulario y… ¡Vigila lo que dices de ti!