«Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos glorificados.»
Romanos 8:17
Cuando el rico del barrio fallece, no faltan los comentarios sobre quiénes serán los agraciados que disfrutarán de los bienes que dejó y se pasa juicio sobre quién se lo merece y quién no. Están los que por obligación heredan sin haber hecho nada, simplemente porque la ley los cubre, pero entre los demás se crea mucha expectativa esperando el momento cuando el testamento sea leído. Todo será una sorpresa, muchas veces los que creen estar no lo están y quienes no se creen merecedores de un bien, son los más galardonados. Hay quienes hicieron su asignación e indagaron sobre lo que había en el caudal y deciden rechazarlo por diversas razones, entre ellas no estar dispuestos a heredar las obligaciones junto con los bienes. Así que renuncian a la herencia ya que todos, obligados y beneficiados tienen el mismo derecho a declinarla.
En el Reino de los Cielos pasa lo mismo. El Señor nos ha llamado y nos ha hecho sus hijos; así que somos herederos juntamente con Cristo, lo único que falta es que aceptes lo que te dejaron en herencia. El mundo pasa juicio sobre las personas y los clasifican según sus estándares y deciden quién puede ser merecedor y quien no, quien sirve para algo y quien es un bueno para nada. Sin embargo, la Biblia dice que “Dios ha escogido a la gente despreciada y sin importancia de este mundo, es decir, a los que no son nada, para anular a los que son algo”, los estándares de Dios son otros. Los que creen que pueden estar en la lista no lo están, sin embargo, lo menospreciado está en primera fila. Hay otros que rechazan y no quieren ser partícipes de la herencia de Dios, porque no están dispuestos a cargar la Cruz y seguir al Maestro.
En el testamento de Dios Padre no hay sorpresas pues sabemos que todo son beneficios, porque el mayor sacrificio ya lo hizo Jesús. Aquí vamos a la segura y está a la disposición de todos. Sólo hay que mantener lo que hemos heredado y cuidarlo. A pesar de saber que lo que tenemos son beneficios son pocos los que deciden abrir el testamento y saber qué tienen por herencia. Los que lo leen saben lo que tienen y lo disfrutan. Cuando yo lo leí, me di cuenta de todo lo que había para mi uso y disfrute, y que yo también podía ser una de las favorecidas con sólo decir: “Sí acepto que Jesucristo murió en la Cruz del Calvario por mis pecados y que ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. También me di cuenta que ese testamento había sufrido un “upgrade” para mejores favores y ¡¡¡eso me encantó más!!! Pues tenemos el Antiguo y el Nuevo Testamento. El primer Testamento termina con maldición y destrucción, pero el Nuevo termina con gracia y bendición. ¿Acaso no vale la pena saber lo que tenemos por herencia y reclamar lo que nos pertenece?