«Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Juan 20:27
Hay un refrán en Puerto Rico que dice: “Tú eres ni Santo Tomás, ver para creer”. La base para este refrán deriva de la experiencia de Tomás en esta porción bíblica. Que bien pudiera ser María, José, Luis, Ximena o Marta, pero en este caso fue Tomás.
Tomás era uno de los doce discípulos que estuvo con Jesús. Era testigo de todo lo que el Señor hacía. Él sabía quién era el responsable de las sanidades, de la nueva visión de un reino diferente, de expulsar demonios y conocía de primera mano cuál era el futuro que le esperaba al Maestro. Una de sus funciones dentro del ministerio de Jesús era aprender con el propósito de que siguiera predicando junto con los demás discípulos. El Señor no guardó secretos con sus amigos los apóstoles, el mensaje era claro: Es necesario que el Hijo del Hombre pase por todas estas cosas pero al tercer día resucitará. Jesús cumplió lo establecido y el plan perfecto de Dios se llevó a cabo en su totalidad incluyendo la resurrección.
Como humanos tenemos nuestros momentos de incredulidad. Nuestra condición de pecadores no nos deja ver más allá de nuestros ojos naturales. Debemos abrir nuestros ojos espirituales y reconocer que hay cosas que suceden en el mundo espiritual para nuestro beneficio. Al asumir una actitud de incredulidad los únicos afectados somos nosotros, nos perdemos la bendición de los milagros.
Como dice la Escritura, el Señor resucitó al tercer día y fue donde sus discípulos, demostrándoles que era Él, el que había resucitado, que no eran cuentos de camino. Todos ellos se regocijaron con el Maestro. El sentimiento de congoja de haber perdido a quien estuvo con ellos por tres años desapareció. Su Maestro estaba con ellos otra vez como Él había dicho. En ese momento, lamentablemente, Tomás no estaba. Se perdió la novedad de primera mano, así que los discípulos le tuvieron que contar. Su reacción inmediata fue que él lo tenía que ver para creer, tenía que ver su costado, tenía que ver los clavos que traspasaron sus manos, entonces y sólo entonces creería. Pensar lo contrario sería decir que Tomás puso en entredicho la veracidad de la resurrección. ¡Que pena! Tanto tiempo con el Maestro para una reacción como esa. Lamentablemente así somos.
No fue hasta ocho días más tarde que Tomás tuvo la bendición de ver al Maestro. El Señor sabía lo que había pasado y le enseñó a Tomás sus manos… entonces Tomás creyó. ¿Qué nos cuesta creer? Los milagros existen. La Biblia dice que los que se acercan a Dios tienen que creer que Él existe y que es galardonador de los que le buscan. Si aún no has visto un milagro, Dios está dispuesto a regalarte uno, pero tienes que creer. Jesús dice que bienaventurados son aquellos que creyeron sin ver. Sé tú uno de esos dichosos. El que cree siempre está a la expectativa de que algo va a suceder; que su vida puede cambiar, de que Dios puede hacer algo hoy. Se mantiene creyendo. Tu milagro está más cerca de lo que crees. Mantente firme. ¡No seas incrédulo, sino CREYENTE!
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