«Más tarde, Dios quitó de su puesto a Saúl, y les dio por rey a David, de quien dijo: «He encontrado que David, hijo de Jesé, es un hombre que me agrada y que está dispuesto a hacer todo lo que yo quiero».»
Hechos 13:22
¿Recuerdas los detalles de tu primera cita con el chico que te gustaba? Todo tenía que estar coordinado; nada fuera de lugar. La combinación de colores perfectamente alineados, atuendo, zapatos, correa, cartera, accesorios y el peinado impecable. No era suficiente mirarte al espejo una vez y no bastaba con preguntarle al que estuviera a tu lado si todo se veía bien. Todo tenía que estar perfecto, todos los detalles fríamente calculados. Luego, una vez en el lugar donde estaban, tratabas de comportarte como toda una profesional, las palabras adecuadas, sentarte con estilo y no podía faltar deslumbrar con el manejo adecuado de los cubiertos. ¿Y para qué todo esto? El motor que movía todo ese andamiaje era simple; sencillamente a ese chico que te invitó, tú querías agradarle, porque era especial. Ese mismo empeño, esa misma dedicación la quiero tener para el Señor. No importa cuán grande sea la lista, yo quiero estar entre aquellos que Él mira y le agradan. Si el rey David estaba en esa lista yo también.
¿Pero que hizo él para estar en esa lista? A David le recordamos por la muerte del gigante o tal vez por el pecado de adulterio con Betsabé o peor aún por el asesinato de Urías. Se piensa en el gran guerrero de Israel que mató a diez mil y derramó sangre como ningún otro rey. No vemos en su hoja de vida a un hombre perfecto, vemos a un hombre que pecó mucho. Pero es ese mismo David el que la Biblia dice que era según el corazón de Dios. La diferencia radica en que cuando él se daba cuenta de que había pecado, inmediatamente venía el arrepentimiento y el quebrantamiento de espíritu. Sabía reconocer la presencia del Señor y le rendía adoración sin importar lo que la gente dijera, porque él era un adorador. Era el que se derramaba en sinceridad en cada alabanza que componía, reconociendo que Jehová es Dios y no hay nadie fuera de Él. Ese corazón fue el que Dios miró y le agradó, porque se dio cuenta que estaba dispuesto a hacer todo lo que le mandaran. Aquí no se busca perfección, sino un corazón que quiera agradarle, que quiera cumplir con el propósito de adelantar el reino de Dios en la tierra. Un corazón con disposición, que cuando Él quiera hacer algo se encuentre con nosotros y le digamos: Heme aquí, puedes contar conmigo. Sin quejas, sin protestas, sin negociaciones, sin reparos. La pregunta de hoy es: ¿Le agradaré al Señor? ¿Qué opinará Dios?