«José tuvo un sueño, se lo contó a sus hermanos y ellos lo odiaron todavía más.»
Génesis 37:5
No importa la nacionalidad, el status social, edad, ni raza, grandes y pequeños, todos tenemos sueños que nos gustaría que se cumplieran. Muchos de ellos pudieran ser producto de nuestras ilusiones y deseos más profundos y daríamos lo que fuera para hacerlos realidad. Otros, son tratos que el mismo Señor se ha encargado de decírtelos al oído, de plasmarlos en tu mente o de vivirlos en una noche de descanso. Son oportunidades que tenemos para alcanzar otro nivel de vida. Aun en nuestros tiempos, Dios sigue hablando a través de sueños, Él no ha cambiado. Debemos afinar un poco más nuestra sensibilidad espiritual para captar lo que quiere hacer con nosotros y con los que nos rodean. Una vez capturamos su atención, vamos tras esos sueños, trabajando y esforzándonos para lograr el plan y el propósito de Dios en nuestras vidas.
La relación y el trato de Dios con nosotros es personal e individual. Por lo tanto hay que valorarlo y guardarlo en lo más íntimo del corazón y no tomarlo a la ligera. La gente que te rodea a lo mejor no entenderá e intentará minimizar, ridiculizar y menospreciar tus experiencias con el Señor, así que no lo permitas. El trato de Dios contigo, mantenlo contigo, tus dudas, tus inquietudes compártelas con el Señor, con nadie más.
Este es el caso de José, el hijo de Jacob, a quien le decían el Soñador. José soñaba y también interpretaba los sueños. Sus primeros sueños fueron cuando apenas tenía 17 años y compartió sus experiencias con sus hermanos lo que provocó mucha envidia entre ellos a tal punto de que quisieron matarlo. Aun en medio de esas experiencias aterradoras, los sueños de José, se cumplieron y sus hermanos fueron testigos de esto. No importa cuánto te quieran minimizar, ridiculizar o hasta matar, sigue soñando y sigue creyendo. A medida que te mantengas creyendo verás cómo cada uno de tus sueños el Señor te los dará uno a uno.